viernes, 21 de septiembre de 2012

Los 80 que nunca se fueron


Hace unos días, en el encuentro digital con los lectores que mantiene quincenalmenteDiego A. Manrique en esta casa, le preguntaron de forma directa por un buen disco de pop y éste recomendó sin titubear el “Big Station” de Alejandro Escovedo. Y es que, aún estando en 2012, algunos de las mejores novedades siguen viniendo firmadas por músicos relativamente desconocidos que llevan varias décadas en la palestra, aunque sea con un perfil entre lo discreto, lo marginal y la apañada etiqueta “de culto” (que, según a quién preguntemos, será una cosa u otra).

En 1982, Escovedo había dejado los Nuns para unirse a Rank & File, la banda de los hermanos Kinman en la que comenzó su larga y próspera carrera en el rock americano, que en aquel año sacaba su estupendo debut “Sundown”. 30 años después, Escovedo sigue aquí. Nunca ha vendido mucho ni ha tenido una gran cobertura mediática, pero aún se puede recomendar su último disco sin dudar.
Como él, decenas de bandas y músicos que definieron el rock alternativo y/o independiente de aquella década, más cerca o más lejos de un revival que, en su caso, fue más una reinterpretación que el chaparrón de miméticos revivalistas que están tan de moda. Green On RedDream SyndicateGiant SandThe BlastersBeat FarmersRain Parade,Jason & The Scorchers o Long Ryders, entre otros, podían beber del country o del rockabilly, de la Velvet Underground o de J.J. Cale, pero no eran un puñado de imitadores. Y 30 años después, suenan mejor que nunca, sin haber caído en reconversiones o giros oportunistas al hilo de modas y tendencias. Si funciona, no lo arregles. 

Modernos y anti-modernos coinciden; contra todo pronóstico, los 80 están de vuelta desde hace unos años. Pero, en lo que al rock americano se refiere, no es necesario remitirse a veinteañeros como los que han redescubierto lo de acudir a teclados y sintes para invocar el post-punk o la new wave. La mayoría de los principales responsables de las oscuras obras maestras del llamado Nuevo Rock Americano siguen en danza, grabando regularmente y girando incansablemente por salas pequeñas y vespertinos horarios festivaleros.

Por citar algunos ejemplos de los últimos meses, aparte de EscovedoHowe Gelb –asiduo visitante de nuestro país– ha publicado el monumental “Tucson” con sus Giant Sand, rebautizados para la ocasión de la única forma en la que un gusano gigante podría ser más grande: Giant Giant SandChuck Prophet, guitarrista y co-líder de los impresdincibles Green On Red acaba de estrenar disco también, el último de una larga serie de albumes impecables facturados casi a ritmo anual. Los Coal Porters, banda fundada por Sid Griffin tras el desmantelamiento de The Long Ryders a finales de los 80, estrenan disco este mismo mes, producido por el gran John Wood, mientras que Dan Stuart, fundador de Green On Red, sacó este verano su primer álbum en solitario desde 1995.
Precisamente este verano, Dan Stuart encandiló a propios y extraños en un solapado concierto en el Azkena Rock Festival que hizo clamar a muchos que el músico merecía mucho(s) más escenario(s). Dicho y hecho: Stuart comienza gira por España esta semana, abriendo en el Café Berlin de Madrid mañana miércoles, para seguir en Loco Club de Valencia el jueves 20, la sala Azkena de Bilbao el viernes 21 y cerrando en Sidecar de Barcelona el sábado 22.  
En noviembre también visitará nuestro país otra de las veteranas bandas de los 80 que siguen en una forma envidiable: Blue Rodeo. Por circunstancias geográficas (son canadienses) no se les considera parte del NRA, pero su música y su trayectoria son paralelas a dicha generación. Su directo es un auténtico alarde de clase y buen gusto, y así quedará demostrado el martes 6 de noviembre en el Teatro Lara de Madrid, elmiércoles 7 en la sala Custom de Sevilla, el jueves 8 en Loco Club de Valencia, elviernes 9 en Sidecar de Barcelona y el sábado 10 en Jimmy Jazz de Vitoria.

Entre estas dos giras tendrá lugar una de las citas más importantes de la temporada: la inesperada reunión de The Dream Syndicate, que celebrarán el 30 aniversario de su obra maestra “The Days Of Wine And Roses” con cuatro conciertos en España. Steve Wynn, líder de la mítica banda, siente predilección por nuestro país y, según afirma, esta será la primera vez que se sube a un escenario junto a Dennis Duck y Mark Walton para tocar estos temas desde el último concierto de la formación en 1988.


La celebración comenzará en Barcelona el próximo viernes 21 dentro del BAM (conWynn y los suyos compartiendo escenario con los fabulosos Howlin’ Rain) continuará en la sala Wah Wah de Valencia el sábado 22, en la sala El Sol de Madrid el martes 25 y llegará al teatro Lloseta de Mallorca el jueves 27. El último concierto de esta especial gira de aniversario será el sábado 29 de septiembre en Bilbao dentro del Walk On Project Festival, en un auténtico delirio de rock americano coprotagonizado por los Jayhawks ySoul Asylum (otra excelente banda, algo olvidada, de la que Ryan Adams escribió: “sueño con un día en el que bandas como esta regresen de las sombras (…) A todas las grandes bandas de rock’n’roll perdidas de mi pasado (…) cada noche mi tocadiscos arde con vuestras canciones”).
Este apoteósico cierre promete ser muy especial. La excelente relación de Wynn con la banda de Gary Louris y Mark Olson augura momentos memorables sobre el escenario, y no es descabellado fantasear con posibles colaboraciones improvisadas. Además, el cariz benéfico del festival (impulsado por una plataforma para la información, sensibilización e investigación sobre las enfermedades neurodegenerativas) aporta un marco y proyección al evento que va mucho más allá de la música.

30 años después, aún golpean con fuerza los escenarios pequeños, medianos y, si se lo permiten, grandes. Es natural cuando llevas tanto tiempo en la carretera, escribiendo canciones que se cuelan en la historia de la música por la puerta de atrás y conquistando con las manos desnudas a todos los que saben que el rock americano no murió en los 80. Alguien tiene que contar su historia y, afortunadamente, la mayor parte de ellos no parecen muy dispuestos a retirarse.





jueves, 20 de septiembre de 2012

¿Hemos perdido la fe en J.J Abrams?

Se acaba de estrenar “Revolution”, un nuevo producto de la factoría de ciencia-ficción apocalíptica de J.J. Abrams sobre un mundo futuro sin energía. Pero no convence. ¿Hemos empezado a perder ya la fe en el creador de “Perdidos”?



J.J. Abrams. Añade estas palabras mágicas a los créditos de una serie y la naturaleza se encargará de que los focos se posen en tromba sobre tu marquesina. Y sin preguntar… Bueno, al menos esto es lo que acontecía hasta no hace mucho. El nombre del director de “Super 8” ha sido durante largo tiempo un potentísimo imán que ha atraído cual agujero negro a todos los freaks de la series, atrapados en los vericuetos metafísicos de “Perdidos” y necesitados de ese chute sin igual de misterio, drama, física extrema y épica religiosa. Después de haber dejado dos títulos de entidad como el drama estudiantil “Felicity” y la magnífica epopeya de espionaje “Alias” –dos clásicos televisivos en su género–, Abrams se embarrancó en el abrumador e inesperado éxito de “Lost”, más que una serie, un icono, una religión, una nueva forma de entender la tele y desmenuzar sus mecanismos de ficción. Un monstruo de humo negro que devoró a su propio padre.


Con el adiós de la isla encantada, el aura mesiánica del ídolo comenzó a desintegrarse como un castillo de naipes expuesto a los elementos. De hecho, su único acierto post-“Perdidos” es “Fringe”, serie imprescindible para los amantes de la ciencia-ficción, aunque demasiado apegada a la liturgia geek como para arrastrar a sus realidades paralelas a todos las masas de seguidores de Locke, Sawyer y compañía. A partir de este punto, cada año hemos vivido varias anunciaciones, serafines con trompetas mediante, que nos advertían sobre el resurgir del profeta televisivo. “¡Por fin, lo nuevo de Abrams!”, “¡Abrams vuelve con la próxima Perdidos!”, “¡Abrams ya está aquí, y solo se salvarán los que han creído en él, no vosotros, pecadores, sarracenos, infieles, apóstatas!”. Pues ya no cuela, oiga.
Lo cierto es que el distintivo Abrams, otrora sinónimo de calidad e innovación, ha ido perdiendo empaque a fuerza de ser incluido, a la sopa boba, en infinidad de subproductos insultantes. La sobreexplotación de su apellido han derivado en lo que cabía esperar: las dudas. ¿Es Abrams realmente el genio que nos intentaron vender, o un tipo que presta su heráldica a las cadenas para sacar tajada aprovechando las rentas de un solo hit? Uno no puede evitar pensamientos sucios de esta índole; de hecho, después de fracasos tan estrepitosos como “Undercovers”“Alcatraz” o “Person Of Interest”, no son pocos los que se han atrevido incluso a poner en entredicho el papel y aportación del gurú como supuesto ideólogo de “Perdidos”.


Y en un momento en que la fe “abramsiana” está más horadada que los calzoncillos de Pete Doherty, llega lo que parece el último intento por recuperar el feeling “Lost”, con nuestro hombre incluido en los créditos a modo de productor. La maquinaria de la NBC se ha puesto manos a la obra para dejar bien claro que “Revolution” –que estrenó anoche el canal digital SyFy para España– es la estocada definitiva, y que los huérfanos de “Perdidos” ya pueden dejar de automutilarse los antebrazos con hojas de afeitar oxidadas. Admito que me convencieron los avances, pero la excitación se ha desvanecido después de catar un episodio piloto desaborido y urgentemente necesitado de una buena dosis de punch. Cabe decir, por otra parte, que tampoco hay que ensañarse con Abrams, por muy bien que siente darle estopa; parte de la culpa la comparte con el creador de la serie, Erik Kripke, padre también de la mediocre y longeva “Supernatural”.
La idea de partida de “Revolution” es de lo más estimulante. En una era de adicción a la tecnología, la serie nos propone un futuro apocalíptico en el que no hay energía, no hay electricidad. Un apagón mundial de trágicas proporciones que ha transformado por completo el ADN social y las estructuras de poder de la humanidad. Como cabía esperar, los escenarios son espectaculares y los pasajes de acción están rodados con buena muñeca. En el apartado técnico, el episodio piloto, dirigido por Jon Favreau, aprueba con holgura.
El problema es que el desarrollo de la historia sabe a chicle mascado desde el comienzo. “Revolution” no es ni mucho menos revolucionaria, antes al contrario, se revela como una serie amarrada al tópico, con giros previsibles y una exposición argumental plana, sin chispazos que te dejen paralizado, sin un solo elemento que te haga sentir el pálpito de estar viendo una buena serie de ciencia-ficción, algo grande. Y aunque los geeks agradecerán las constantes referencias y homenajes al género –ahí está la familia Matheson, por ejemplo–, el bulto de la serie no es más que una idea jodidamente buena desaprovechada solo para contentar el cerebro reptiliano del espectador, el mismo que pide peleas, persecuciones, malos, buenos y palomitas para microondas. Ni siquiera convence el casting, que como único reclamo de calidad tiene a un Giancarlo Esposito comprometido con la causa.



Sólo veo una forma de salvar esto y convertir una serie fast food en algo parecido a un delicatessen mainstream. Cuanto antes entren en harina los guionistas y nos muestren como Dios manda las razones que han ocasionado el crack energético, antes nos engancharemos a un desarrollo que, como folletín de acción post-apocalíptica, no le llega a la suela del zapato a productos similares y mucho más modestos, verbigracia, la serie de culto “Jericho”.
Admito que si cotejamos “Revolution” con los futuros devastados más inmediatos de la televisión yanqui, la soporífera “Falling Skies” y esa “Terra Nova” que bien podría llamarse Terra Mítica, no hay más remedio que vislumbrar sus virtudes, pero dentro de la televisión actual, no deja de ser un entretenimiento de rebajas en un mercado lleno de ficciones de alta costura. A menos que la cosa mejore dramáticamente, cuesta horrores pensar que los espectadores vayan a perder el tiempo con esto, disponiendo de una parrilla con semejante volumen de calidad y tantos títulos que seguir ciegamente. Por cierto, leo antes de poner fin a estas líneas que J.J. Abrams está preparando una serie de robots y policías. ¿Una mezcla de “Robocop” y “Canción Triste de Hill Street”? Por pedir que no quede.

Óscar Broc (PlayGround Magazine)

martes, 11 de septiembre de 2012

Las fuentes del afecto


Aunque Maeve Brennan (Dublin 1917 - Nueva York 1997) fuera hija de embajador y viviera durante casi toda su existencia bajo la protección del glamour neoyorquino, consigue en Las fuentes del afecto que su mirada sobre los aspectos más sórdidos de su país y, también, sobre los rincones más tenebrosos —y, por otro lado, frecuentes— de la naturaleza humana sea absolutamente creíble. Además logra un libro unitario pero no monótono: los relatos que componen este fresco de la vida irlandesa son sin duda parecidos pero resultan complementarios, tanto como lo son las novelas de Faulkner. 

Es decir, Brennan crea un mundo (aunque sin pretensiones de totalidad), habitado por personajes que deben confrontar la vida, eludiendo así la monotonía (uno de los mayores peligros del libro de relatos). Son textos escritos por una voz similar, aunque ni mucho menos idéntica. Son relatos que podrían calificarse como costumbristas y tal vez lo sean pero su costumbrismo es similar al de su compatriota James Joyce, un costumbrismo que logra la universalidad porque sus personajes, aunque no vivan historias insólitas y habiten en la cotidianeidad —muchas veces sórdida, muchas veces sorprendente pero siempre cotidianeidad— son al mismo tiempo complejos y universales y transmiten sentimientos complejos y asumibles como propios por la mayoría de los lectores. Sentimientos, además, mostrados con una sencillez asombrosa, pese a que en muchos casos rocen la atrocidad. 

Así comienza el relato titulado "El ahogado": «Cuando su esposa murió, el señor Derdon estaba ansioso de entrar en el dormitorio de ella, mirar a su alrededor con la puerta cerrada y sin nadie mirándolo ni preguntándole cómo se sentía. No era ansiedad, ni pesar, ni ninguna sensación dolorosa, ni anhelo o añoranza, aquello que le llevaba a la habitación, sino pura curiosidad».

Como parece obvio, la sencillez de la prosa de Brennan no debe confundirse con simplicidad o estupidez. Es la suya una prosa nítida, que no cae en alardes innecesarios y cuya falta de aparente carácter permite que mantenga la frescura durante todo el libro. Es esa habilidad para mirar y encontrar sentido donde muchos no hallarían nada es lo que confiere auténtico carácter, auténtica distinción, a su prosa, lo que la distancia de otros cientos de historias irlandesas. Podría denominarse una mezcla de precisión y de humanidad. Y de falta de consideración con las convenciones sociales, con aquello que damos por hecho. Por otro lado, no es un libro protagonizado por la expresividad, ni por las descripciones pero cuenta con un excelente correlato objetivo: contemplamos con nitidez absoluta la ciudad, ese Dublín inhóspito, gris y lluvioso, lleno de polvo y vejez, muy similar al de Joyce.

No solo la inmarcesibilidad de los sentimientos concede actualidad a este libro: En estos relatos la precariedad posee una carga más que considerable. Una precariedad europea, próxima, pese al transcurso de las décadas, a la que sufren millones de españoles.

Crítica por: Recaredo Veredas / Latormentaenunvaso